miércoles, 6 de agosto de 2014

Pollas, chuletas o material de apoyo

El término varía entre países e incluso entre regiones. A lo que me refiero es aquellos papelillos, fichas o similares que utilizamos de manera ilegal durante un examen. Las formas y posibilidades no tienen límites, salvo las impuestas por la creatividad: las notas pegadas o incluso escritas sobre la pierna (algo muy típico en las chicas, el uniforme ayuda mucho), los miniescritos sobre el pupitre, las compresiones de texto en el borrador, las notas pegadas en el asiento del compañero del frente. Todas son válidas, todas son eficientes cuando contienen la información correcta y el que lo use tenga nervios de acero para disimular ante la mirada inquisidora del profesor. Algunos tienen éxito, otros fracasan perdiendo el examen, ganándose una raya en el libro de vida y llevándose el título de copión.

Confieso que nunca usé chuletas, salvo las fichas de fórmulas permitidos por el profesor en la mayoría de las materias de la universidad. También confieso que si me he copiado e incluso intercambiado información entre compañeros en pleno examen.

La vez que me copie, fue un examen que estudié bastante, le expliqué a todo mis amigos, pero el día del examen me invadió una laguna mental que no pude rellenar. Una fila densa frente a la profesora, una seña apropiada, un examen abierto de par en par, y una fotocopia manuscrita fiel y exacta se plasmaba sobre mi hoja. No dudé luego de terminar el examen, de revisar la fotocopia, no quisiera que un mal resultado, le indique a la profesora que hubo fraude.

El intercambio de información suscitó en uno de esos exámenes largos, llenos de cálculos y procedimientos. Creo que era mecánica de sólidos, involucraba torques, esfuerzos, inercias y otras cosas más. El examen fue en la tarde, luego de otro examen, y duro si mal no recuerdo unas cinco horas. Estábamos en fila india: “Jesús, ¿Cuánto te dio?” – “15,89” (está claro que no me acuerdo del valor, es por poner un número) – “Pues a mí no me da eso, me está dando 25,78” – “Pues estás mal, a Zabala le dio igual que a mí.” Esa exclamación me puso los nervios de punta, ya iban cuatro horas de sacar cuentas y escribir, un error a estas alturas del partido significaba un examen reprobado. Reviso de principio a fin los datos y cálculos. Todo parecía estar en lo correcto. Faltando poco para entregar, decidí seguir con el resultado que tenía.

La agonía terminó, para bien o para mal. Al salir del salón, los amigos se reagrupan. Los resultados son comparados. “chino, ¿conseguiste el error?” – “No, y le di con ese valor” – “¡pero te volviste loco! ¡Te dije que ese no era!” – “Pues es lo que me dio, y lo revisé dos veces”. Jesús estaba aún más intrigado que yo, pues yo sólo quería llegar a casa y dormir. “Ramón, ¿Cuánto te dio a ti?” – “25,78. Había una concha de mango (puntos aparentemente obvios donde muchos cometen errores fácilmente), con la inercia. Muchos cayeron” y dentro de ese "muchos", estaban mis amigos.

Hoy de regreso a casa, escucho a un profesor de secundaria en el transporte - y que - público hablar sobre sus alumnos. “Era examen de reparación, los dejé solos por casi todo el examen, les avisé, y aún así muchos salieron aplazados. Corregí el examen ahí mismo, y quienes sacaron menos de 10, los dejé solos por quince minutos más. Aún así no lograban pasar de 10. Les puse 10 (nota mínima para aprobar un examen, pues la evaluación es sobre 20)”. 

La razón, es porque actualmente la ley sobre educación, prohíbe que los profesores reprueben la asignatura a sus alumnos, por ende, deben repetir ese examen de reparación una y otra vez hasta que todos pasen. Él, simplemente se saltó ese paso. No me da rabia la sinvergüenzura del profesor o del sistema de educación, sino esos alumnos, que teniendo esa facilidad, ni así pueden pasar. No es que esté bien o mal hecho, porque de seguro todos lo hicieron, (vivo en un país en donde la sinvergüenzura y la corrupción casi es hereditario) pero aún así, o no lo saben hacer o lo hacen mal.

2 comentarios:

  1. Durante la carrera pocos compañeros copiaban, pero porque los exámenes no facilitaban hacerlo.

    La chuleta más ingeniosa que he visto era la de un compañero que escaneó la etiqueta de un botellín de agua. Sustituyó la información de la bebida por un motón de datos (el examen era de historia). No recuerdo si en esa ocasión aprobó. Lo que no comprendí jamás, es por qué prefería malgastar el tiempo en hacer chuletas cuando, en el mismo tiempo, podría haber memorizado lo que apuntó en la etiqueta de la botella.

    Un sistema bastante complicado el que tenéis. También bastante difícil para los profesores (debe agotar preparar una y otra y otra vez el mismo examen para los alumnos que no son capaces de aprobar).

    Aquí se dan también injusticias, incluso peor, creo. Existen universidades privadas en las que te gastas un dineral, pero, gracias a ese dinero, apruebas con casi toda seguridad (algunos compañeros que no fueron capaces de aprobar en mi facultad, se fueron a Madrid y sacaron la carrera).

    ResponderEliminar
  2. La injusticia que mencionas también existe aquí. La población universitaria pública (antes de las misiones lanzadas por el gobierno) estaba compuesta en su mayoría por gente con grandes facilidades, muchos de ellos incluso eran, y siguen siendo, ricos. Su secundaria la cursaban en colegios privados, pero a la hora de entrar a la universidad entraban a la pública, pues eran los primeros en ser escogidos por cualquier empresa precisamente para evitar profesionales mal preparados. Algo que los padres de los estudiantes sabían. Las universidades privadas eran para los estudiantes malos, pero muy malos que no cumplían con las exigencias mínimas para ingresar, o los que tienen que trabajar para poder costear sus estudios. Yo tuve la dicha de tener unos ahorros que me ayudaron a sobrevivir hasta cuarto semestre, y luego un trabajo flexible que me permitía asistir a la universidad pública y estudiar.

    ResponderEliminar