miércoles, 6 de agosto de 2014

Pedirle a Dios

Cuando pequeño, y asistía a una iglesia evangélica (un cuento largo, en resumidas cuentas era el querer aprender de los mayores, escuchar las enseñanzas de la misionera, que eran muy prácticas, y tener fundamentos hablar cuando me les vuelva en contra de ellos), nos dijeron que Dios no nos da lo que queremos, si no lo que necesitamos; que lo que nos dará lo hará sin que pidamos, y lo que nos negará ni que nos cortemos la vena por ello moverá un dedo. Entendí eso perfectamente. Las plegarias, las oraciones, han de ser exclusivamente para dar gracias por todas las dichas y desdichas que nos ocurran, que no pidamos lo que queremos, sólo lo necesario, y por cierto de manera muy cuidadosa.

Desde allí, también adquirí la costumbre de jamás decir: “esto no se puede poner peor” y “que más me/nos va a pasar”. Dios muy a menudo, sabe contestarnos de manera excesivamente “creativa” para nuestros gustos. Debo aclarar que la primera frase, irónicamente, la expresaba de otra manera para superar mi introversión y timidez: “que es lo peor que puede pasar”. Con esta frase, (no, jamás he liado con esa frase, como Don Juan me volvería mendigo) entablé conversaciones con medio mundo, quitándome horas de aburrimiento en las colas de compra, ahorrándome y aventurándome en transportes públicos en sitios desconocidos, y cómo no, tener la dicha de atreverme a cometer locuras.

Hace unos días, en esos que la oficina se mezcla un poco con la algarabía de la casa del jefe, tres niñas y una jefa gruñona, pero muy buena gente, convierten un día cotidiano en algo especial. La mayor me contaba sobre una película sobre un Indio, originario de la India (podría ser un indio americano, pero no, es de la India), naufragó con un tigre de bengala, una hiena y un orangután. Cada vez que clamaba “Dios, que más me vas a hacer”, pues Dios le hacía algo. Conocí también la historia, triste, conmovedora pero alentadora de la abuela de mi jefe, quien aprendió de una manera muy dura, el simplemente dar gracias, aceptar todo lo que Dios depara, y jamás pedir ni preguntar de más.

Para aquellos fieles, aferrados a su fe, seamos humildes, superémonos de a poquito, dando las gracias a aquel que otorga gracia, dones y retos por igual; para aquellos sensatos, lógicos, y psicológicamente independientes de la religión, seamos un poco más optimistas, más soñadores, dejemos que las leyes de Morphy hagan su trabajo, mientras aprendemos a sobrellevarlos con una sonrisa en el rostro, una sonrisa de verdad, aunque fingida también sirve. Ya esas leyes están muy presentes en la vida cotidiana para que los sigamos invocando.

2 comentarios:

  1. Muchas mañanas, cuando me levanto y veo la situación de algunos de mis compañeros, me repito: Virgencita, que me quede como estoy (y eso que soy atea). Seamos creyentes o no, no nos queda más que apechugar con lo que se nos presenta... o apearnos de este mundo (pero creo que esa es la peor opción posible).

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  2. ... Corrígeme si me equivoco: apechugar = abrazar y apear = quejar o plantar una bomba de cinco kilotones en el subterráneo. Considerando esto como correcto, por lo general siempre me gusta apechugar todo lo que se me venga, bueno o malo, (hablo de circunstancias por si acaso. Como buen chino, no soy de los que gusta apapachar, abrazar, besos aquí, besos allá, sin importar si vale la pena o no). Lo de quejarme, siempre me ha gustado criticar, mas no quejarme, a mi modo de ver, son dos cosas distintas. y lo de la bomba de cinco kilotones... No creo que lo consiga, pero si llego a hacerlo, de seguro lo arrojo al mar, Es que quiero ver una burbuja gigantesca emerger del océano.

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