miércoles, 6 de agosto de 2014

La moda al mejor estilo, el propio

Quien me haya conocido hace veinte años, me reconoce sin ningún problema. Sigo teniendo la misma estatura, el mismo rostro, la misma vestimenta. Hace poco, me topé con un compañero de la secundaria. Aumentó de estatura, masa muscular, la voz se le engrosó aún más, a duras penas le reconocí, me tuvo que mencionar su nombre y el de los otros con que solíamos hacer los grupos de trabajo. Me dijo: “estás exactamente igual a cuando nos dejamos de ver”.

Mi vestimenta, al igual que yo, ha evolucionado muy poco. Siempre he elegido la vestimenta en función de comodidad y funcionalidad: zapatos de seguridad, cómodos, antirresbalantes, y se pueden usar para trancar cualquier ascensor, puerta o perro que pretenda morder; bluejean azul (sé que está mal dicho, es que en mi ciudad muchos cometen ese error, entre ellos, algunos dicen bluejean negro) resistentes, cómodos cuando ya están viejitos, disimulan el sucio, presentables para asistir a una reunión, y guerreros para inmiscuirse en una obra; y una camisa manga corta, recomendado para una ciudad con altas temperaturas, suficientemente formal para asistir a eventos, y lo más importante, dependiendo del tipo de tela, no es necesario plancharlo, si apenas se termina de lavar se tiende bien. Otras, son un poco más, quisquillosas. 

Por último, pero no menos importante, el morral. Si bien no es el mismo de hace veinte años, pues por lo general los voy cambiando conforme van cediendo las costuras, rompiéndose los fondos, trancándose los cierres o simplemente la relación calidad/costo del que está frente a mí, es muy buena. Soy de los que no salen de casa sin el morral pegado a la espalda. Por lo general está vacío, pero dispuesto a ser llenado con todo lo que gracias a ella, mis brazos no cargarán: documentos, compras, herramientas, ropa, encomiendas, incluso comida, sea cruda o preparada. Mi jefe en alguna ocasión comentó que los morrales son para muchachos o gente vieja ridícula, pero en lo personal, prefiero que me digan viejo ridículo, a tener las manos llenas, sin poder saludar a nadie, sin poder hacer nada sin soltar lo que mis manos tienen, pudiendo llevarlos en un morral pegado a mi espalda. Ahora que lo pienso, en antaño, tenía hasta un paragua, cuando lo sacaba llovía, cuando lo metía hacia sol. Durante todo este año no lo metí, porque la gran sequía azotó. 

Últimamente las nubes cubren el cielo, pero la lluvia se niega a caer. Debería meter el paraguas de nuevo, no vaya a ser que la lluvia, que caerá a diestra y siniestra, me tome desprevenido,

2 comentarios:

  1. El otro día mi sobrina (tiene 13 años) me asombró (suele hacerlo con bastante asiduidad). Me dijo que la elegancia es llevar una ropa con la que hoy te hagan una foto y dentro de 20 años no puedan adivinar en qué época estabas. Lo dijo después de ver unas fotografías de mi madre de finales de los 70, con pantalones de enorme campana, el pelo encrespado y unas hombreras que parecía estar a punto de volar. Así que, según la teoría de mi sobrina, eres elegante.

    He tenido más de un problema con la vestimenta. Voy a la obra con ropa adecuada (vaqueros -si están enyesando prefiero unos claros, para que el polvo del yeso no se note mucho-, botas de trabajo -imprescindibles en las primeras etapas de la obra, cuando es muy fácil hincarte en el pie una puntilla o darte un golpe con algún objeto, y cualquier camiseta que no me importe perder si se mancha de pintura o alguna otra sustancia). En más de una ocasión me he presentado con la misma ropa en los juzgado (por las periciales). Por lo general sólo me piden con más insistencia la documentación, pero en una ocasión -la jueza tenía pinta de bruja- se negaron a darme la documentación.

    Todos mis hermanos y Guille llevan mochila. Sólo mi hermano más pequeño, el que vive en Londres, suele llevar una pequeña bandolera donde le caben el móvil y la cartera, nada más. Es bastante cómoda y se ahorran bolsas de plástico (aquí ahora comenzamos a concienciarnos del excesivo gasto que hacemos de los plástico: hay que ser buenos ciudadanos). Un pensamiento muy extraño el de tu jefe. Ante todo, la comodidad.

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    1. Tomaré el primer párrafo como un cumplido. Si bien no conozco con precisión el significado de elegancia, comparto la idea de tu sobrina respecto a que la vestimenta debe poder prevalecer en el ropero con el paso del tiempo, en función de la calidad de la misma. La ropa que ya está muy desgastada o con huecos, son exclusivos para la casa: cómodos y sin arrepentimientos a la hora de ensuciarlos.

      No tengo los inconvenientes que tú. Tengo la dicha (o desdicha) de no tener que lidiar con el papeleo legal de los documentos, pues de eso o se encarga mi jefe o la contratista principal. De hecho, las reuniones a las cuales asisto son en sí muy pocas, sólo cuando mi jefe no puede asistir personalmente.

      Lo de las bolsas de plástico, es una costumbre que dudo mucho se le pueda quitar de la cabeza a la gente. En Hong Kong, hace tiempo promovieron el uso de "bolsas de compra personales" (creo que así se traduce), básicamente eran bolsos de material resistente (tela, sintético de alta resistencia o similar) para así reducir al mínimo el consumo de bolsas de plástico. A mucha gente no le agradó la idea de cargar un bolso consigo a todas partes, pero nada que una pequeña multa no ayudara a incentivar. (Allá multan hasta por respirar de más, bueno exageré un poco, pero saben que multar trae efectos inmediatos, y tienen buenos agentes para hacer cumplir la ley).

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