Año 1992. Mi madre estaba en un
hospital en China (mi madre en china es sinónimo de que tiene una enfermedad
que ningún médico en Venezuela consigue curar, y que coincide con algún evento
que afecta directamente a nuestra familia). El médico le receta un remedio
compuesto de ramas extrañas, flores silvestres y raras especias, lo cual es
común en la medicina tradicional de china que por cierto es muy efectiva. El
detalle: una hierba en particular no era comercial y por consiguiente no se
conseguía en farmacias.
Una señora de 83 años le dijo: “esa
hierba yo la tengo en el patio de mi casa, al fin le va a servir a alguien, ven
conmigo, yo te la obsequio” (obviamente todo en chino, en dialecto para ser
precisos, ah, y está parafraseado). Cuando fuimos a su casa, reconocí una casa
extremadamente pobre, algo que no era común en mi pueblo; aunque nadie era
rico, todos tenían suficientes comodidades, todos teníamos para comer, para
vestirnos y ciertamente té para todos los días.
Mi observación era poco errónea: la
pobre tenía señora tenía una historia muy triste, una biografía que en este
instante recuerdo muy poco; sus ingresos en ese entonces era arroz y un poco de
dinero suficiente para comprar los alimentos de un plato de comida al día,
provenientes de un anciano que era su amigo, pero que a diferencia de ella, era
un artesano con el mimbre; hacia sillas, lámparas, juguetes, cestas, y que compartía
sus ingresos con ella.
De vuelta a la hierba, mamá ofreció
pagarle por esas hierbas, la señora respondió: “las cosas son de quien las
necesita”, una frase que no volví a escuchar sino unos 15 años después. Mamá se
hizo gran amiga de ella; la visitábamos frecuentemente, le llevábamos desayuno
si íbamos en la mañana, algo de golosinas y de pan si era en la tarde, y parte
del mercado si mamá regresaba de compras. Ella con todo y su escasez de
recursos, siempre guardaba algo de golosinas, algo de torta por si llegábamos,
e incluso el sobrecito rojo de año nuevo que los mayores le obsequiaban a los
niños. A nivel económico ese sobre era una miseria, ni alcanzaba para comprar
una golosina, extrañamente lo sentía como uno de los sobres más preciados para mí.
A veces me pregunto, cómo una persona, con tanta
escasez podría ser tan desprendida de los bienes materiales. Por qué la mayoría
de los millonarios, dije mayoría en reconocimiento de que no todos son así, son
tan miserables, y peor aún: por qué la mayoría de los políticos son tan … (los
puntos suspensivos son la para la palabra con un significado similar, pero peor
que miserable), que incluso le roban, le sustraen, al ciudadano común. Mi
conclusión por ahora, pues, es el título de esta publicación.
Bonita historia la de esta señora y tu familia.
ResponderEliminarTienes toda la razón: cuanto más tiene una persona, más tacaña suele ser (por eso los millonarios son millonarios, diría mi madre). Y cuando dan algo, se comportan como pavos reales, jactándose de su generosidad (por lo general). Aunque siempre existen excepciones. El hombre más rico de España es un señor de Galicia, con aspecto casi de indigente. Suele ser generoso, pero, por lo que sabemos, exclusivamente con asociaciones ubicadas en su provincia. Hace un par de años, cuando ya había comenzado la crisis, el centro de parapléjicos de Toledo necesitaba unos 30.000 € para seguir haciendo un estudio con células madre. Este hombre lo dio con la única condición de que no se hiciera pública su donación. Yo me enteré gracias a la persona que hizo la petición.