jueves, 13 de febrero de 2014

El apocalipsis y renacimiento de un mundo. Capítulo 1

En un planeta lejano, del cual desconocemos, existió vida similar a la nuestra: océanos azules llenos de misteriosos seres y abundante alimento, llanuras extensas cubiertas con un verde pasto similar a una alfombra persa, desiertos áridos en donde sólo los seres vivos adaptados sobreviven. Montañas cubiertas de nieves y de grandes relatos sobre seres protectores, guardianes de las llaves del mundo. El ecosistema poseía un perfecto equilibrio entre flora y fauna, herbívoros y depredadores.

Hasta el día que surgió una especie: bípeda, intelectual, curiosa capaz de crear herramientas para su diario vivir, medicinas para sus enfermedades y libros para conservar su historia; pero a su vez violenta, destructora, ambiciosa y egoísta. Me permito concluir que son muy similares a nosotros, a los seres humanos.

Cuando aún eran pocos, y su tecnología aún muy primitiva, la naturaleza misma tenía la capacidad para mantenerlos a raya, para mantenerlos dentro del equilibrio del ecosistema: depredadores, enfermedades, inclemencias naturales. Pero la naturaleza estaba en desventaja: tenía reglas, reglas que no podía violar. En cambio, esta raza inteligente que se autodenominaban proclamadores, tenían a su favor dos cosas: reproducción y tiempo.

A diferencia de nosotros, ellos nunca lucharon entre sí, siempre lucharon contra la naturaleza en pos de una vida mejor; y miles de años, sirvieron para que su tecnología evolucionara y la naturaleza perdiera la batalla: el frágil equilibrio fue destruido, razas enteras de animales se extinguieron, extensas selvas y bosques fueron convertidos en inmensas megalópolis, los desiertos se llenaron de fabricas, y los océanos se convirtieron en estériles charcos de contaminación, producto de la evolución de los proclamadores.

Pronto se dieron cuenta que su propia existencia estaba amenazada, pero ya era demasiado tarde. Tardaron demasiado en darse cuenta que la naturaleza sólo quería la perpetuidad de todas las especies, tardaron demasiado en darse cuenta que su afán por vivir fue quien lentamente los condenó. Su extinción era inminente: dentro de pronto, los recursos se agotarían; comer y respirar serán privilegios que pronto perderán. Atrapados en su mundo, sin tecnología para colonizar planetas exteriores, sólo quedaba una alternativa: ayudar a la naturaleza a hacer lo que no pudo: la exterminación de la raza de los proclamadores.

Un plan brillante, pero siniestro; deshumano, en nuestro lenguaje, pero esperanzador; un plan posible, pero lleno de variables incontrolables. La resolución final: Crear un virus capaz de destruir a todo proclamador existente en cuestión de días pero inerte ante plantas y animales que aún existían. Pero su instinto de conservación como raza no permitiría su aniquilación absoluta: permitieron que 1024 proclamadores con cambios genéticos sobrevivieran. 1024 vidas encargadas a la restauración de la naturaleza tal y como era hace miles de años atrás; encargados de que no ocurriera jamás otro genocidio, encargados de que los proclamadores, junto con su historia, tecnología, y hegemonía, prevalezcan.

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