Un pensamiento unánime, un cielo
estrellado, un dedo que se levanta para señalar el siguiente reto: “ese
planeta, el que nuestros ancestro llamaron ira-01, un planeta que nunca vimos,
un planeta que no mencionamos en casi 1500 años, ese será el que
proclamaremos”. Fueron las palabras que pronunció Charnatar.
Un pensamiento en una memoria que
no era propia de hace 1500 años, seguramente estaba repleto de vacíos, lleno de
entusiasmo y saturado de aventura. Los proclamadores que dedicaron toda su vida
a la sanación de su planeta, nunca alzaron su vista sino para mirar su obra
gestarse, bajo el cielo iluminado por Helios y Drógenes, los dos soles que
calentaban su planeta, sus trajes y sus corazones.
Como siempre iniciaron todas sus
labores repartiéndose los trabajos de acuerdo a sus dones. Lo que tenían que
hacer no era sencillo. Según sus recuerdos ajenos, Ira-01 era un horno de 400
ºC, saturado de dióxido de carbono que se movía a 450Km/h. Los exploradores que
sus ancestros enviaron no soportaron la ira del planeta, los telescopios,
abandonados desde hace 1500 años, imponentes a la vista, sólo eran vestigios de
una civilización tan ajena en tiempo y pensamiento, a pesar que esos recuerdos
estaban en sus mentes. Era el planeta más cercano a ellos, pero aun así estaba
lejos. Les costó gran trabajo salvar su planeta, y no lo arriesgarán por el
capricho de conquistar otro. La conquista esperaría, primero hay que preparar
las herramientas.
Construyeron en su luna una base
espacial. De Perla-00, su planeta natal, sólo se llevaron lo necesario. No
querían contaminar su planeta, no querían que sus experimentos radicales
produjera un cataclismo. Desde su luna que bautizaron Puerto Esperanza, los
proclamadores desarrollaron una infinita tecnología robótica, de propulsión,
química y exploratoria. Charnatar se encargó de llevar todos los inventos, a
veces de uno en uno, otras en grande grupos, hasta Brújula de Perla, la luna de
Ira-01. La luna inhóspita, llena de metal, fue fragmentada y convertida en un
anillo, recrearon en ella una atmósfera respirable, una gravedad idéntica a la
de Ira-01, telescopios gigantescos, laboratorios, torres de control, y para no
perder la costumbre e ir ensayando para la próxima colonización: un ecosistema lleno de vida; plantas, animales, océanos,
praderas, desiertos, e incluso montañas cubiertas de nieve, todo dentro del anillo.
“Furiozer, es hora de hacer lo
que más te gusta, te deberían llamar destructor, explotador, no proclamador”
- dice Charnatar con un tono alegre.
Furiozer, quien desde su infancia le encantó explotar cosas, se encargó de
fragmentar la luna para su posterior transformación. Ahora sería el encargado
de lanzar desde Brújula de Perla los miles de contenedores de Isótopos de
Hidrógeno modificado que estallarían al entrar en la atmósfera hostil. “Es sólo
un botón, ni que por presionarlo el planeta se volviera habitable” – exclama
Furiozer – “Menos mal que los diseñadores se decidieron por un botón y no por
telequinesis, porque si no la Brújula de Perla sería la Brújula averiada” – dice
Charnatar en medio de una carcajada. – “tienes Razón, menos mal.” Asintió
Furiozer.
Los contenedores explotaron con
una fuerza indescriptible, la distribución estuvo calculada para crear ondas
expansivas que se apoyarían una a la otra creando una resonancia que
paralizaría los vientos del planeta. El Isótopo de hidrógeno, junto con el gran
calor producto de las explosiones, recombinarían el dióxido de carbono,
volviéndolo agua y moléculas orgánicas, los cuales sacudieron la superficie del
planeta, erosionando su superficie, creando polvo, que se volvería barro,
inundando valles, formando ríos, y luego océanos, nutriendo la tierra árida y estéril.
El proceso era visible, pero
tomaba su tiempo. Cuando al fin los vientos, cesaron, y la temperatura
disminuyó, había un planeta rejuvenecido, lleno de moléculas orgánicas pero aún estéril ante la vista. Las moléculas
orgánicas estaban regadas por doquier, pero no eran más que vulgares cadenas
primitivas. Lo que una vez fue un horno, ahora era mucho más agradable, pero se volvió estático. Lo
suficiente para que los demás proclamadores iniciaran su tarea.
Con sus gigantescos robots,
construyeron edificios climatizadores a lo largo y ancho del planeta, frío en
los polos, calor en el fondo de los océanos. Poblaron a Ira-01 de vida vegetal.
Crearon a las “protoformas”, seres vivos que absorbían el dióxido de carbono remanente y
calor, para luego expulsar oxígeno, y que al morir, se desintegraban
convirtiéndose en nutrientes para las plantas. Millones de protoformas poblaron
el planeta, llenándolo de oxígeno, y permitiendo a los proclamadores por
primera vez, quitarse sus cascos y respirar el fruto de su logro. Charnatar,
agradecía por cada respiro que daba, a sus hermanos, creadores de esas formas tan simples,
pero tan dadores de vida. Furiozer veía el paisaje con sus propios ojos, sin
las luces, flechas, signos, símbolos y letras de sus cascos. Un instante en que sus
pensamientos eran tan individuales, tan privadas, en ese instante en donde la
soledad de sus pensamientos les invade, que eran tan suyos y de nadie más.
En un instante de quietud
absoluta, donde el placer de respirar aire puro era como cumplir el sueño más
anhelado, donde parecía que el alma abandonaba el cuerpo, un estruendo, con la
fuerza de mil truenos, despiertan a Charnatar y a Furiozer de su trance, sus almas regresan a
sus cuerpos, sus ojos se abren para contemplar lo que su misma vista no daba
crédito: una enorme masa de metal surca el horizonte, arrogante, despiadado,
dispuesto a destruir todo lo que tocase. Un sentimiento de desesperación inunda
los pensamientos de Charnatar, mientras los de Furiozer se llenan de curiosidad.
Con una sonrisa casi rayando en lo sádico en los labios de Furiozer, mientras
se pone su casco. – “Charnatar, eso que va allí, será nuestra próxima brújula,
no importa lo que sea”. Juntos, partieron a toda velocidad a la causa de sus
pensamientos.
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