jueves, 13 de febrero de 2014

Cuando la escasez impulsa la creación.

“Cuando tienes un terrible dolor de cabeza terrible y no quieres consumir ningún tipo de analgésico, con el único propósito de que cuando lo requieras te haga efecto, pues visualiza algo monocromático”. Es lo que me dije ayer, como pretexto para ver vía youtube, una película de Alfred Hitchcock, del año 1940, titulado “Rebeca, una mujer inolvidable”.

Confieso que cuando pequeño ver una película en blanco y negro en televisión, significaba un secuestro seguro del televisor por parte de mi padre o de mi tía (en aquel entonces ellos tenían más de 60 años) y en consecuencia un capítulo menos de mis comiquitas favoritas (los cuales eran todas en aquel entonces). Al intentar disfrutar de esas películas, sólo veía la carencia de acción, efectos malogrados, lágrimas por todos lados, y carros viejos que ya no existen. En resumidas cuentas: no hay un motivo aparente para ver una.

Esta versión de mi punto de vista quedó revocada, cuando por una mera curiosidad, quise conocer la razón por la cual la autora de la novela titulada “Canica Iridiscente” lleva su nombre, de acuerdo a su descripción en uno de sus relatos.

Me sorprendí al ver como mis puntos de vistas cambiaron de perspectiva tan drásticamente en tan sólo 20 años: ni bien empecé a verla, pude ver los efectos mal logrados: cuadros de fondo pintados (que ahora se hace con fondo verde y suplantación digitalizada), lluvia con mangueras (que en la actualidad se hacen con aspersores computarizados), carros viejos (que no se dañan como los de ahora), y muchas lágrimas (que por lo general ahora han sido reemplazado con sangre tipo salsa de tomate).

Menos mal que está película no la vi hace 20 años, sino ahora, porque en este instante lo encuentro admirable; es increíble como la falta de recursos tecnológicos en ese instante, obligaba a los cineastas crear un guión lleno de suspenso, enganchador y por sobre todo lleno de carga emocional, para poder vender la película. Ahora sólo es necesario un héroe, preferentemente conocido, un director afamado, una buena postproducción con máxima digitalización y una buena compañía productora: listo, tenemos una película supertaquillera.


Me hace recordar las videojuegos de antaño: derecha, izquierda; corre, brinca, esquiva; esquiva, dispara corre. Eran cuadros deformes, puntos que simulaban balas, las cuales te tocan y te mueres, pero bajo esa escasez de tecnología, habían juegos increíblemente buenos. Ahora gracias a la tecnología, tenemos juegos de hasta 8gb, con gráficos hiperrealistas, sonido 3D soundround, y hasta tramas dignas de una serie o incluso novelas; con el único detalle de que no hay nada nuevo, nada loable: los de carrera siguen siendo de carreras, los de disparo son de disparo, y los realmente buenos, nadie los juega; como las películas que en verdad merecen ser vistas, y que gracias a mi grado de incultura no llegaré a verlas.

1 comentario:

  1. ¡Ja! Lo gracioso es que mi madre, sin pretenderlo, me puso el nombre de la malvada de la película (la difunta).

    Me has hecho recordar el primer juego al que estuve enganchada (sin contar los que encontré en mi primer ordenador, uno con pantalla verde: el Boulder Dash); el juego era el Unreal (uno de disparos), muy entretenido, que en aquel entonces me parecía muy avanzado en lo referente a gráficos y el ambiente. Hoy lo sé lleno de defectos (si avanzabas muy rápido, el paisaje se convertía en una pared gris). También era graciosamente violento (si disparabas a un alien ya muerto, se despedazaba).

    ResponderEliminar