lunes, 15 de septiembre de 2014

Tarde bohemia, y lloviosa también

Unas nubes grises en el cielo anunciaron el inevitable diluvio, que invadiría la ciudad entera. Salgo de la oficina más temprano que de lo normal, no vaya a ser que la lluvia me encarcele, o en el peor de los casos me moje (si tenía intenciones de ser poético, aquí eché por tierra toda gracia literaria). Tras cruzar el portón, las primeras gotas activan mi instinto animal: salir corriendo a velocidad demonio (para simplificar la frase: "como alma que lleva el diablo"). El autobus, marca vencida, modelo BlueBird, año 60, aparece cual refugio con comida, mi pasaje para no seguirme empapando, se cumplió.

Estando dentro del bus, inspecciono cuidadosamente, como siempre, signos anómalos que representen un potencial peligro de atraco. No lo hay. Empiezo a disfrutar del paisaje acortinado por el agua que desciende imparable, concentrándose hasta formar ríos en las calles y lagunas en los baches. Pasajeros desesperados, como cuando lo estaba yo, abordaban el autobús dando las gracias a Dios. Me inspiro en escribir estas líneas a mano, grafito y papel, ya que mi potecito aún no cumple la cuota para ser robado y prefiero no arriesgarme.

La lluvia ha mermado. Con suerte, llegaré a la parada con el cielo despejado. Luego vendrá el problema del transbordo, pero como se puede recorrer lo que falte de camino a pie, y aún está lejos la travesía, prefiero n pensar en ello y seguir disfrutando de alzar la mirada, contemplar la belleza, el aroma, la frescura del momento, con el cual escribo estas lineas.

Al momento de publicar esto, pasaron cinco días. Aún recuerdo la sensación de cuando escribí estas líneas, al vaiven del autobús. Ojalá el clima fuera así todos los días, aunque pedir eso, para una ciudad que no está ni física ni mentalmente para eso, sería asesinarla.

2 comentarios:

  1. ¡Vaya, la lluvia te convierte en un poeta!

    Increíble: estamos casi en la otra punta del mundo, a miles de kilómetros, pero me parece que compartimos el mismo clima. Hoy también tenemos el cielo encapotado. La primera vez desde que empezó el verano. Aún no ha caído ni una gota, pero sí amenaza con hacerlo.

    Afortunados vosotros que podéis disfrutar del autobús aunque llueva. Aquí, la lluvia es tan extraña, que esta ciudad no está preparada para semejante meteoro y los autobuses se suelen saturar, convirtiendo a sus usuarios en sardinas dentro de una lata.

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  2. De hecho, el único momento en que se puede disfrutar un bus, es cuando llueve. Por lo general, a toda hora los buses son una lata de sardinas humana andante, no importa la ruta que lleve o el tamaño que tenga. La lluvia se encarga de cohibir de que la gente salga de donde esté hasta que escampe, pues aquí nadie lleva paraguas o impermeables, sin contar los ríos y lagunas que se forman en las calles.

    Hablando de buses, al fin me monté en un bus mastodonte de fabricación paisana, si bien debo admitir que no es nada del otro mundo, en comparación con los tradicionales, que son del año sesenta, sin aire, sensación térmica por encima de 40C, conductor insensato y lata de sardina, son una gran revolución.

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