sábado, 31 de mayo de 2014

Lo que nos está matando nos mantiene con vida

El sol. Aquel astro, cuyo belleza queda eclipsada por su grandeza y brillantez, al menos desde nuestro limitada percepción. Tan grande y basto, lleno de energía que a nuestro parecer se vuelve infinita. Cuyo poder es tal que es capaz de destruir a todo ser viviente que lo toque, pero que es tan benigno que ilumina la oscuridad del espacio, brinda calor al frío invierno y aún así, nos permite el descanso durante la noche acompañada de su hija la bella luna.

Poética introducción. Sentir el calor del sol, cuando se está a temperaturas cercanas a 0C, ser acariciado por sus rayos, sentir sus dedos deslizarse por nuestro rostro, sentir su benevolencia en las manos, es una experiencia celestial, es sentir la presencia de Dios acobijándonos del inescrupuloso frío que acecha desde todas direcciones. Damos gracias a aquella obra divina, que nos colma de calor y luz, que nos brinda esperanzas para seguir y luchar contra el día a día, lleno de dificultades a superar, o morir en el intento, sabiendo que dimos digna batalla.

Ese, en definitiva no es mi caso. Cuando se vive en una ciudad donde la humedad relativa está por encima de 60%, que de nada alcanza el 80%, una temperatura medible por encima de 32C, trayendo como consecuencia una sensación térmica de más de 45C, lo único que provoca es estar dentro de un cuarto con aire acondicionado a 20C. Si a eso le sumamos que estás dentro de un cuatro latas con ruedas (es un cuatro latas del año 197 y verg... sin aire acondicionado, sin tapicería, sin dignidad) como un simple pasajero de transporte declarado patrimonio cultural, en el mediodía, en un tráfico que no permite una buena convección forzada, y un sol cual romano azotando al que crucificará, lo último que piensas es en lo bondadoso que es, al ser como es.

Durante el viaje, el chofer, más sudado que un pollo al vapor, lanza una blasfemia en voz alta, que haría persignarse a cualquier devoto, el cual termina con la palabra "sol". Cierro mis ojos, y recuerdo el documental "qué pasaría si... nos alejamos del sol". El descenso de temperatura a niveles criogénicos, la esterilidad en la superficie terrestre, océanos congelados, licuefacción de la atmósfera, bombardeo de basura espacial, lo que la humanidad debe hacer para sobrevivir, si es que sobrevive, el futuro de sus descendientes.. pienso en voz alta: "lo que nos está matando, nos mantiene con vida". Abro los ojos como aquel que ha tenido una epifanía. El chofer mira la sombra proyectada en el suelo de un edificio, y dice en un tono de voz, como queriendo disculpándose con Dios: "Tenéis razón, pero es que la calor no se aguanta chamo".

2 comentarios:

  1. Ooooooh, qué entrada más poética (y pensar que casi me la pierdo por el jaleo que he tenido los últimos días).

    No añores tanto el aire acondicionado en el transporte público. Aquí sí tenemos (mes de junio, de temperatura media tendremos unos 28 ºC, julio y agosto, 30 y poco) pero en cuanto entras en el autobús: ¡te congelas! Me parecen que tienen el aire acondicionado por debajo de los 18ºC, al igual que en el cine. Mi sobrina, que es experta en el tema, siempre que va al cine en verano, se lleva un jersey de manga larga porque suele ser insoportable aguantar la hora y pico de una película a tan bajas temperaturas.

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  2. Bueno, ya veo que no somos el único país que pone los termostatos a 19C y que para que "enfríe" más rápido, y luego lo dejamos ahí, porque si no te pones chaqueta no hay frío. Recuerdo que en las ASHRAE recomiendan una temperatura de termostato uno o dos grados por debajo del normal, considerando que Auditorios y teatros (ni siquiera los cines) la gente va "enpartolada" (es decir trajes, de esos de corbata, chaqueta, bufanda y demás chécheres). Lo otro es que tienen que inyectarlo más aire fresco producto de la concentración de CO2, pero eso sólo hace que el equipo sea más grande (al menos en estar parte del mundo). más es innecesario bajar la temperatura. Cosas ilógicas en un mundo de locos.

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