jueves, 8 de mayo de 2014

La Jarra del Tiempo

Una de las cosas que le encantan a todo niño es una buena porción de helado. Desde ancianos hasta niños, recuerdan con especial avidez aquel increíble helado saboreado. Algunos muy sofisticados, como un banana split multifrutal, otros tan sencillos como una simple porción sabor a mantecado, pero todos tienen un factor común, estimulan nuestros sentidos y nos transporta a otro mundo.

Recuerdo un helado muy específico. Más que el helado, fueron las circunstancias que suscitaron ese helado. Año 92, recién terminado el quinto grado de primaria. Mi mamá me prometió reloj nuevo y un helado del tamaño de una jarra, si pasaba todas las asignaturas con veinte (sigo sin entender por qué cambiaron el sistema de puntuación, ahora es por A, B, C y D, para abarcar el rendimiento del estudiante). En aquel entonces, los helados no pasaban de ser barquillas, un polito (trozo de hielo saborizado con una paleta), o un vasito que no alcanza ni para ensuciar el piso, que mamá le compraba al carrito de los helados. No lo graba en mi mente concebir una jarra de helado, hasta que lo vi.

La verdad, era un vaso gigantesco (tendría unos 750 ml) de helado de fresa, con muchos trozos de fresas, tres cerezas y una crema espumosa también sabor a fresa. Es el helado más sabroso que he probado, y aún no he probado otro que lo supere.

Se acerca el día de las madres. Tengo buen tiempo sin llamar a mamá, pues últimamente estoy sin muchas ganas de hablar. Menos mal que aún no he perdido el interés en pensar y escribir.   

1 comentario:

  1. Espero que no te la comieras de una sentada sola (¡menudo empacho, si no!).

    También yo relaciono el final del curso escolar con los helados. Siempre me compraban uno, aunque mucho menos espectaculares que el tuyo. Pero, qué bien sabían (seguramente lo que más saboreaba era la idea de la libertad futura, que la golosina).

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