jueves, 8 de mayo de 2014

El primo de Mambrú

Había una vez, un gato llamado picky, primo de otro gato conocido como Mambrú, nacido dentro de la realeza británica. Pelaje blanco como la nieve, ojos azules como el cielo de mediodía, la actitud apática propia de un integrante de la realeza. Buena comida, mismos, cuidados y atención no faltaban ni un sólo instante, Aún así el palacio era un mundo muy pequeño, algo que ni los mimos, ni la comida compensaban. Era hora de emprender una aventura, una que cambiaría su vida para siempre.

Aprovechando el manto de la oscuridad de la noche, hizo gala de su agilidad gatuna, deslizándose sigilosamente a través del tejado. Logró introducirse en el desagüe de la lluvia y finalmente vio la luz del exterior. Muchos eran los relatos que había escuchado de los ratones bohemios que visitaban la cocina: latas de sardinas gigantescos que surcan baños que parecen no tener fin, lugares exóticos en donde no se encuentra ni una pizca de concreto, un lugar donde un gato lindo llamado Silvestre es burlado por un canario, y donde un ratón de apellido González deja también a ese pobre gato en ridículo.

Llegó a un lugar que parecía una bañera sin fin. En efecto, habían muchas latas de sardinas, tan grandes que pareciera que el palacio cupiera en ellas. Se deslizó dentro de uno de ellos, que hizo un sonido como cuando los carros de sus amos llegan a su casa. Llegó la hora de comer, su estómago se lo indicaba. ¿Cuándo servirán la comida? sin saber que su mundo era tan artificial como fantaseoso, creyó que ocurriría lo mismo, hasta que el hambre, a punto de dejarlo sin fuerzas, le enseña la cruda realidad. Empieza a utilizar su instinto felino, olfato por delante. Un olor delicioso inunda sus fosas nasales. Corre dirección hacia el olor. Se topa con una cocina, en donde un banquete están preparando, pero él claramente no estaba invitado. Se lo hizo saber los cocineros, que por poco lo matan a golpes de porras, mazos y sartenes, Tras recibir el primer golpe de un puntapié, corrió como una liebre a buscar un agujero inalcanzable para sus inquisidores. Sólo uno de ellos, después de que todos abandonarán la cocina, puso frente al agujero un buen trozo de pellejo de pollo, cubierto con salsa de champiñones. Con precaución asoma su cabeza fuera del agujero. Una tierna caricia siente encima de su cabeza. El cocinero hacia sonidos con la boca que no lograba entender, eran sonidos muy distintos a los que sus amos y cuidadores hacían. Devoró el manjar en un instante, saciando así su hambre.

Tras recuperar fuerzas, nuestro amigo felino empieza a recorrer toda la lata de sardina gigantesca. Todo era de metal y pintura. Evitaba a las personas, escondiéndose cada vez que los veía. A la hora exacta, se dirigía al mismo lugar, donde su benefactor le dejaba algo para si bien no saciar su hambre, al menos apaciguar su desesperación. No se comparaba a los manjares del palacio, aún así para él era la comida más sabrosa sobre la faz de la tierra.

El tiempo transcurre sin que Picky se percate. Su pelaje de nieve se ha vuelto de color gris  humo, con manchas de negro aceitoso. La lata de sardina toca tierra. Llegó la hora de abandonarla e ir un busca del palacio. Salió disparado como una flecha. No logró reconocer absolutamente nada de su entorno. La gente, los carros, las casas, los sonidos, incluso el cielo. Hacia un calor abrasador, y un sol inclemente que lo desvanecía. No tenía fuerzas para correr, sólo caminaba. Caminó y caminó hasta que el sol al fin se escondió. A punto de desfallecer, es alejado súbitamente del suelo.  Siente el abrazo fuerte de una niña. Un hombre mayor le dice algo a la niña con dulzura, pero ella agita fuertemente la cabeza y lo sujeta aún más fuerte.

Finalmente se produjo la aprobación. Picky es llevado en brazos hasta el que sería su nuevo y definitivo hogar. Comida, agua fresca y mucho cariño le espera. Claro está también, una superrestregada que casi le da un infarto, pero que le devolvió su traje de color blanco nieve.

¡Al fin llegó la luz! hora de pasar en limpio todo lo que está a lápiz papel y celular para alumbrar. Esta historia, siempre la hemos tenido para el gato de la oficina, más bien la casa del jefe, pues el gato conservó el color azul de sus ojos, algo que jamás he visto en otros gatos, donde sus ojos siempre se tornan verdes, amarillos o marrones. Por si preguntan, aún conserva su cara de apático, su traje de nieve y responde por su nombre.

1 comentario:

  1. ¡Qué bonito! Pobre Picky, por un momento temí que te lo fueras a cargar, cuando quiso regresar a Palacio. ¿Se lo has dado a leer a las hijas de tu jefe? Seguro que les gusta. Al final, hasta voy a terminar cogiéndole cariño a Mambrú. De momento, ya lo echo en falta, porque no he escuchado ni a bicho ni a ama desde ayer por la noche.

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