Desde hace días que leo en el periódico digital que están realizando cortes de luz de hasta dos horas, sin aviso y sin un patrón definido, aunque los entes incompetentes no han hecho ninguna aclaratoria al respecto. Hoy nos tocó. 7:30 pm, cuando el sol inició su tarea en el lejano oriente dejándonos a solas con la compañía de la luna, que se ha ocultado tras el velo de las nubes. Una blasfemia colectiva a escala vecinal se escucha. La oscuridad me sorprende con los últimos bocados de la cena. Lo positivo del asunto, es que me concentré más en el sabor de estos últimos bocados, olvidándome por un momento de la oscuridad, del calor que pronto invadirá el ambiente, y como no, de la entretenida pc y su inseparable amigo el internet.
Sin nada más que hacer, y con un silencio que llama a la meditación, dispongo a escribir estas líneas a lápiz y papel (mi caligrafía sigue sin mejorar), al igual que la entrada anterior, a la luz del celular. Ahora que lo pienso, somos tan dependientes de la modernidad, que ya no sabemos apreciar estos momentos, en que la falla de inversión, mantenimiento, modernización; o mejor dicho, estos momentos que Dios nos ofrece para recordar que en la ausencia de luz, la oscuridad prevalece, oscuridad que ya no sabemos apreciar (al igual que el calor que se está tornando insoportable).
Ya estar por pasar las dos horas, si no llega la electricidad, tendré que tomar medidas extremas: esperar otras dos horas, mientras haya papel, lápiz y batería en el celular.
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